miércoles, 15 de julio de 2015

Penélope de Ulises, de Aurelio González Ovies




Más allá de su casa el calor de septiembre
crepita en las higueras;
Penélope de Ulises, fiel espartana,

se ha asomado al balcón donde borda por siempre
y ahuyenta una pareja de gansos atrevidos
que va picoteando la flor de sus hortensias.
La casa huele a pan, a recuerdo de harina,
A esperanza nacida de una esperanza vieja.
¿Volverá? Quién sabe si en el mar
o a la luz de los faros,
después de tanto tiempo, se sigue recordando.
Y de repente canta (bien sabe por qué canta)
y de la comisura de sus labios
pende un temblor que es casi ya una lágrima.

Y el sol llega a sus ojos como una pesadumbre
―no hay nada más hermoso, sin embargo, que el rostro
de Penélope con la estela brillante de las lágrimas―.
¿Volverá? En momentos como este no deja de bordar
por no llorar delante de doncellas,
mas sus dedos no saben si bordan una flor
sobre el sudario
o anudan otro pétalo a su pena.
No se parece en nada a la mujer de piel campesina,
la más esbelta de Itaca,
que antaño llegó a ser la esposa deseada,
porque de tanta espera,
de tanto deshacer la tela de sus días
cuando la noche entraba, va quedando con hilos
que descosen la carne de su cara.
Se parece muy poco a la de brazos níveos,
por abrazarse tanto al llanto del crepúsculo,
por rehusar promesas de tantos pretendientes,
esperando las velas de las naves rojizas
que las olas del tiempo jamás, tal vez, acerquen.
Y a veces ya le ocurre lo mismo que a su perro:
que de ladrar atado al pie de su destino,
tiene la tirantez ahogándole en el cuello,
una marca amarilla de soledad y hastío
que le ha robado olfato, el aullido y el pelo.
Y nunca pasa nada sino la vida en vano,
las horas se suceden girando en el vacío,
como una rueca muerta varada en unas manos
que no darán más vueltas. Lo tienen prometido.
Penélope de Ulises, la solitaria de Itaca,
la del balcón abierto por si escuchara pasos;
Penélope de Ulises, la eterna bordadora
de su presente aciago, de su futuro mítico.
La esposa envejecida como un griego olvidado.

(C) Aurelio González Ovies

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